martes, 25 de febrero de 2014

Paraíso personalizado I

Cerrá los ojos. 
Pensá en nada, escuchá el sonido de mi voz, y nada más...
Tomate tu tiempo. No te asustes si sentís que te rozo la mano, estoy tratando de que me percibas de todas las maneras posibles. 
Voy cuesta arriba recorriendo tu brazo, colina empinada que culmina en la perfección. Tardo, sí, tardo,  pero sólo porque quiero recordar muy detalladamente, toda tu extensión. 
Llegué a tu cuello, en algunas líneas. Demasiado rápido, pero tus tiempos no dejan que me tome lo necesario para llegar hasta allí. 
Quedé clavado en tu respiración que aunque se siente nerviosa, empieza a acostumbrarse a sentir mi mano, que ya no está fría como al principio, sino que adoptó la temperatura necesaria para no perturbarte. 
Por detrás de tu cuello, donde cualquier vampiro querría atacar, yo me conformo con sentir. 
Vuelvo por tu mentón, perfecto, marcado, y lo recorro entero , no quiero perderme un centímetro. Me acerco un poco, necesito ver cada sombra proyectada en tu rostro. 
Te sentís un poco incómoda, podés relajarte, prometo no morderte, todavía. Hasta ahora sólo un dedo fue el que participó de la experiencia, pero al rozar tus labios, el resto de la mano ya no puede aguantar más y se une para seguir camino. 
Pómulos, de nuevo a los labios. Labios, tus labios, rojos, muy rojos, sencillamente preciosos y dignos de una princesa. Tienen el don de lastimarme en una frase y desarmarme en una sonrisa, de colgarme una esperanza o clavarme un chau. Y la otra mejilla, que a veces se pone tan colorada que me derrito de sólo verla. 
Los ojos, los más hermosos que vi, combinan perfectamente con tu mirada entre tímida y sencilla. 
Pestañas, rejas de una cárcel en la que ruego cadena perpetua. Cejas que remarcan tus gestos hasta hacerlos inolvidables. 
Bajo dos escalones por tu nariz y llego al cielo, y pensar que todos creen que el cielo está arriba. Están equivocados. El cielo está bajando por tu nariz. Bendito lunar que hasta en los sueños me persigue, que ataca mis recuerdos, que cierra mis ojos y me conduce ciegamente. Que no me deja pensar en otra cosa, y que daría todo porque fuese mío, solo mío. Redondo, perfecto, sencillo, oculto. Me doy cuenta de que no puedo seguir con ésto, de que tengo que hacerlo, pero dudo, pero te respeto, y vuelvo hacia atrás, para más decidido, decirte al oído. Que te amo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario