Nos encontramos por
casualidad, porque así llaman al destino los que viven pensando que este
milagro de existir funciona de esa manera, de casualidad. Antes de que nuestras
mejillas chocaran y causaran esa explosión interna que siento cada vez que mi
beso en tu mejilla roza tus labios, generando ese deseo a futuro de morderte, y
robarte, y sentirte conmigo, íntima y completa, antes de éso, la nada misma.
Nos miramos a los ojos, nos decimos todo sin pronunciar palabra, nos sabemos.
Te abrazo y encierro tu cintura, te aprieto a mí para que el mundo desaparezca,
porque todo lo que importa está resguardado entre mis brazos. Huelo tu pelo, tu
piel, el perfume que desprende tu alma.
Nos miramos por una
fracción de segundo, sufriendo la separación, que es mínima, como gemelos
recién nacidos que no entienden ni quieren saberse dos personas diferentes,
porque sienten como uno. Te miro a los ojos, y una lágrima se va formando hasta
lograr el peso suficiente para emprender su huida, cuesta abajo. No digo nada,
no hace falta, sé lo que pasa porque era de esperarse, una posibilidad. Te
abrazo nuevamente, esta vez un poco más fuerte, más intenso. Tu cabeza se
recuesta en mi hombro, mirás hacia afuera, hacia donde no hay nadie, nadie que
pueda verte llorar. Y con tanto sentimiento guardado, tantos recuerdos buenos y
malos, porque la vida se trata de ambos, que son uno, tus lágrimas se amontonan
una tras otra, en carreras desordenadas por tus mejillas. Llorás, llorás en
silencio, porque es la vida que te está poniendo a prueba, y gritar, y
patalear, y golpear a nadie, te va a quitar el dolor que sentís. Yo no emito
sonido, me dedico pura y exclusivamente a ser tu compañía de silencios, la
persona que se encarga de cuidarte mientras vos podés sacar a la luz todo éso
que llevás adentro y que muy pocos tienen derecho a ver.
No sirven las
palabras, no en este momento, quizás más adelante. Tan vasto es el idioma, y
sin embargo, no consiguió generar una palabra que pueda expresar lo que nos
pasa. Maldito castellano.
El tiempo ya no es
tiempo, se expandió, se contrajo, se estiró para todos los lados posibles. Ya
no sé si estamos así hace un minuto o dos horas. Tus lágrimas dejan de caer, no
porque ya no duela, sino, porque ya no quedan. Ese sentimiento de nostalgia, de
saber que vas a extrañar para siempre algo que estás dejando de tener. Ese
saber que así va a ser mejor, para todos, y sin embargo encolerizarte con el
universo por las cosas que tienen que pasar irremediablemente. Y nada hace que
deje de doler, el tiempo te va a enseñar a soportarlo, a disfrutar a pesar de,
a mirar a los demás a los ojos y compartir ese sentimiento. Quizás te enseñe
también, a filtrar en tu vida las cosas que no valen la pena, las cosas que te
fastidian, y dejar pasar solo las cosas que te hacen feliz.
Algún día, hoy,
ayer, mañana, todo es lo mismo. Algún día, te cruzarás en un sueño, y podrás
dar el abrazo y el amor que guardabas. Los recuerdos estarán presentes, cada
uno será el que es, sin cambios físicos, ni mentales. Cada uno sabrá quién es
el otro, cada uno tendrá algo que decir. Y dure lo que dure, será cuando deba
ser. Quizás te despiertes sin recordar nada de lo que pasó, quizás solo te
quede la sensación de alivio que producen ese tipo de sucesos. Pero ten por
seguro, y nunca te olvides de ésto, nos queda el consuelo de saber que uno de
los dos, lo recordará para siempre.